

Desde que el 26 de enero de 2016 asumiera como presidente de la Conmebol, elegido en una extraña asamblea que lo decidió de manera unánime cuando apenas días antes el único candidato era otro, el uruguayo Wilmar Valdez, el dirigente paraguayo Alejandro Domínguez Wilson Smith comenzó a declamar proyectos grandilocuentes para la entidad sudamericana.
Así fue que nació el lema “Pensar en grande”, que intentó meter en su bolsa a cualquier buen resultado o proyecto relacionado con el fútbol del continente, ya sea que, como ocurrió hace tres meses, la selección argentina haya ganado un Mundial después de que el anterior campeón de origen sudamericano haya sido Brasil en 2002, o la postulación de Uruguay, Argentina, Paraguay y Chile para organizar el Mundial 2030, o las vacunas que el presidente uruguayo, Luis Lacalle Pou, consiguió desde China para los protagonistas de la Copa América 2021 en tiempos de pandemia. Todo fue siempre válido para llevar agua al molino de la supuesta grandeza, algo así como lo que alguna vez sostuvo el presidente interino Eduardo Duhalde acerca de que los argentinos estaban “condenados al éxito”.
El pasado 14 de marzo, en Kigali, Ruanda, se reunió el Consejo de la FIFA para tomar muy importantes determinaciones para la organización futura del fútbol que por supuesto, también atañen a la Conmebol, la Confederación Sudamericana, una de las seis que se encuentran dentro de la FIFA.
Una de esas determinaciones que la de organizar, cada cuatro años, desde 2025, un Mundial de Clubes de 32 equipos en una sede única, para lo cual todavía no está claro el modo de clasificación para algunas de esas plazas aunque sí, la cantidad de equipos para cada confederación. Si la UEFA tendrá doce plazas, la Conmebol tendrá seis (la mitad), Asia, África y Concacaf, cuatro, Oceanía, una, más un conjunto del país anfitrión del torneo.
Podría argumentarse que esas cifras están bien si es por proporción a la cantidad de asociaciones miembro de cada confederación, aunque no parece respetar demasiado la riquísima tradición del fútbol sudamericano. Pero es a todas luces injusto, y hasta insólito, conociendo los dirigentes que votaban la realidad mundial del balompié tras la Ley Bosman (1995) que los equipos sudamericanos no van a estar en pie de igualdad con los europeos en un campeonato que se disputa cada cuatro años, toda vez que los equipos sudamericanos que ganan la Copa Libertadores cada año suelen verse en la necesidad de transferir a sus figuras principales casi de inmediato (en busca de moneda dura que alivie sus economías) y luego, en un arco de dos años, al resto de su plantel. Un ejemplo claro es el de Palmeiras bicampeón 2020-2021, que ya se desprendió de Danilo y de Gustavo Scarpa, al Nottingham Forest (Inglaterra), del uruguayo Matías Viña a la Roma (Italia), de Gabriel Verón al Porto (Portugal) y Miguel Merentiel, a Boca Juniors (Argentina). Si de los seis sudamericanos clasificados al próximo nuevo Mundial, uno será el Palmeiras, por haber ganado la Copa Libertadores 2021 (el otro que ya consiguió el pase es el Flamengo, campeón 2022), ya será de imaginarse cuántos jugadores quedarán de aquel “Verdao” ganador del torneo sudamericano cuando deba enfrentar el compromiso global en 2025 y de esta forma, se puede pensar lo mismo del Flamengo 2022. A lo sumo, el campeón de la Copa Libertadores más cercano al Mundial, el de 2024, será el que tenga más chances de tener un protagonismo mayor, aunque sea porque no habrá alcanzado, seguramente, a desprenderse de tantos jugadores apenas por falta de tiempo para conseguirlo. Un despropósito a toda regla.
En cambio, los equipos ganadores de la UEFA Champions League entre 2021 y 2024 en buena manera se habrán reforzado aún más que los planteles que tenían cuando fueron campeones. Es decir que la diferencia entre los equipos europeos y sudamericanos, en vez de achicarse, se agrandará. Si los equipos sudamericanos no ganan un Mundial de Clubes con el actual formato (que finaliza a fines de este año), con planteles que acaban de salir campeones de la Copa Libertadores, ahora la FIFA pretende que compitan equipos que salieron campeones hace tres o cuatro años. Algo así como creen en los Reyes Magos.
Pero esto no fue lo peor de aquella votación de Ruanda: el Consejo de la FIFA también votó un nuevo torneo anual, aún sin nombre, que reemplazará al formato actual del Mundial de Clubes, y que tendrá como único clasificado directo a la final al campeón de la UEFA Champions League, mientras que los campeones del torneo más relevante de las otras cinco confederaciones deberán jugar un play-off entre ellos para determinar el otro finalista.
En otras palabras, luego de sesenta y cuatro años de jugar la Copa Intercontinental en firma directa contra el campeón europeo (1960-2004) o de clasificarse directamente a la semifinal del Mundial de Clubes, igual que el campeón europeo (2005-2023), y de haber estado casi igual en títulos que los europeos hasta principios de la década pasada, la FIFA ahora determina que el campeón de la Copa Libertadores ya no se equipara con el de la Champions europea y en cambio, pasa a una equivalencia en las condiciones con los campeones de las copas africana, asiática, de la Concacaf o de Oceanía. Más claramente expresado, el fútbol sudamericano desciende, entonces, oficialmente de categoría en cuanto a competencia de clubes. Y para rematar su idea de negocios, la FIFA determina que esa final entre el campeón europeo y el ganador de “todos los demás” campeones, se jugará en un lugar “neutral” a los equipos de esas dos confederaciones, y como uno seguro será europeo, mientras que el otro no sea asiático…está clarito dónde se jugaría…y si el otro no es africano…casi que también. No hace falta concentrarse mucho para darse cuenta de la referencia.
Escrito todo lo escrito, y contado todo lo contado, resta entonces sostener que eso que determinó la FIFA, esos nuevos formatos de torneos internacionales de clubes, en los que Sudamérica desciende a la B de manera oficial, fue votado de manera unánime en Ruanda, según lo especifica la misma FIFA, lo que nos permite deducir, entonces, que los dirigentes de la Conmebol allí presentes, también votaron a favor. Y si así fue, no nos cabe otra conclusión que la de que esos dirigentes entregaron al fútbol sudamericano de clubes a los leones, al descenso de su prestigio.
De nada valieron aquel triunfazo de Peñarol ante el Benfica de Eusebio en 1961 (con un 5-0 en la vuelta en Montevideo), o los del brillante Santos de Pelé ante el Benfica (1962) o el Milan (1963), o el impresionante gol del “Chango” Cárdenas ante el Celtic en 1967, o la bravura de Estudiantes en Old Trafford en 1968, o la paliza del Flamengo al Liverpool en 1981, o el éxito de Independiente ante el mismo equipo inglés en 1984, o incluso, el maravilloso partido de Argentinos Juniors aunque perdiera por penales ante la Juventus de Platini, Laudrup y Boniek en 1985, o la victoria de Nacional ante el PSV Eindhoven en 1988, o el de Vèlez de Carlos Bianchi ante el Milán de Capello en 1994, o el del Boca de Bianchi ante el Real Madrid en 2000 o el Milán en 2003, o el último éxito sudamericano, de Corinthians ante el Chelsea en 2012.
Todo eso se entierra porque a la FIFA se le pasó por alto que en 1995, una ley (Bosman) cambió todo el fútbol mundial al permitirse la libre circulación de futbolistas europeos en cualquier equipo de ese continente, hasta transformar a cada uno en conjuntos globales, sin distinción de nacionalidad, al ampliarse el cupo de extranjeros. Desde esa indefensión económica (y por lo tanto futbolística) de los equipos sudamericanos, la FIFA los manda a la B, con los votos de los dirigentes sudamericanos incluidos.
“Pensar en Grande”, como lema, es ilusionante como grandilocuente, pero termina siendo una falacia cuando lejos del alcance de tantos hinchas, allá en Ruanda, en territorio africano, sus dirigentes les dan la espalda residiendo en los mejores hoteles y comiendo caviar o langosta regados de champagne mientras, a sus alrededores, un país se desangra producto de una guerra intestina por la industria del diamante.
Pensar en grande, pero actuar en pequeñito.