Escrita por: Ignacio Osorio
A raíz de la pandemia que azota a prácticamente todo el mundo, las ligas del orbe han visto mermada en parte su capacidad económica. Clubes que han debido generar adecuaciones salariales, inyecciones de capitales y una serie de medidas que les permitan, en el corto plazo, dejar atrás estos meses de parón. Chile no ha sido la excepción a ello.
Este remezón llamado COVID-19, donde una parte de los clubes decidió acogerse a Ley de “Protección del Empleo” y así evitar, obviamente con las polémicas correspondientes, que las consecuencias económicas, más adelante, pusieran incluso en riesgo la actividad de los clubes. Sin embargo, y no ajeno a este proceso, salta una duda: ¿por qué los clubes, apenas a dos meses de inactividad, auguraban el apocalipsis? ¿Dónde están los tres millones de dólares del CDF? ¿Dónde quedaron las maravillas de las SADP? No estaban.
Y es que al primer gran choque los clubes pedían clemencia con los pagos de sueldos o el salvataje de la ANFP – como si lo hecho a las malas por Jadue no hubiese sido suficiente para algunos- , también hacían hasta lo imposible por apurar el regreso de la actividad. Pero repito: al primer gran choque, usando una recordada y poco feliz analogía, el castillo de naipes de las sociedades anónimas, una vez más, se venía abajo. Pero ojo, si bien estas entidades que a la primera de cambio demostraban mezquindad, también son necesarias, porque aunque parezca contradictorio, el problema no está en las concesionarias como tal. No es Blanco y Negro o Azul-Azul, tampoco es Cruzados. El problema está en la mala administración, en la falta de mentalidad, preparación y dedicación que las actuales administradoras ponen a los clubes, donde el pago mensual del CDF y del sponsor principal bastan para pagar salarios y gastos operacionales, pero no hay, ni remotamente, una estructura que les haga crecer en el corto, mediano y largo plazo. No hay leyes ni reglas que exijan, como en Alemania, el cumplimiento de cuestiones sociales, presupuestarias y que, al fin de cuentas, se sea responsable con la pasión de la gente.
Porque aunque parezca contradictorio, no son las sociedad anónimas, sino quienes las manejan y las condiciones en las que a estas se les permitió acceder a la cancha.
Hoy por hoy, en fútbol moderno, club que se duerme se lo lleva la corriente. Es imposible conseguir títulos, proyectos y una visualización a futuro de nuestro fútbol sin seriedad administrativa, esa que no han tenido los Yurazseck, los Gabriel Ruíz-Tagle, los Carlos Heller (quien se gastó diez millones de dólares en la era Becaccece) o los extraños negocios de los hermanos Pini, los argentinos administradores de Unión San Felipe, pero aquella que tampoco tuvieron en su época los clubes sociales. Es lindo, sin duda, ver que el club es manejado por sus socios; sin embargo, al día de hoy, ese romanticismo queda caduco.
Es necesario repensar, así como se hace a nivel macro con el país desde octubre, en qué condiciones queremos que nuestros clubes, cuyos actuales dirigentes, en su mayoría y salvo súper honrosas excepciones, han sido nefastos a la hora de cumplir las promesas empeñadas, pero también si estamos dispuestos a caer en la ya casi prehistórica administración exclusiva de socios, lo que por su naturaleza, nos alejaría aún más de la posibilidad de invertir, sea cual sea el enfoque del proyecto deportivo general – también ausente-, que quiere asumir nuestro fútbol de cara al futuro.
Porque la coincidencia de tener a Bravo, Medel, Vidal, Aránguiz, Sánchez y Vargas se da una vez cada cien años y es necesario capitalizar con inyección de recursos y buena administración aquello que precisamente nos costó cien años. Que no nos lleve la corriente de nuevo.